Hoy voy a hablar de la absurda muerte de Borromini.
Sin duda muchos personajes ven eclipsada su vida por la manera en la que mueren. Es el caso de Kennedy, Carrero Blanco, Anastasia, Eduardo Benavente o el Archiduque Fernando de Austria.
El escritor Javier Marías le puso nombre al fenómeno: el complejo Kennedy-Mansfield. Como ya hemos mencionado a Kennedy, tan sólo falta decir que la muerte de la actriz Jayne Mansfield fue bastante trágica y célebre: decapitada en un accidente de coche.
Pero el caso es que existe un hombre que debería formar parte de la lista. Y, sin embargo, no lo hace. Quizás porque los manuales de Historia del Arte son demasiado asépticos como para entretenerse en la absurda muerte de un artista.
La figura de Borromini, más que a su muerte, parece supeditada a la grandeza de su enemigo y brutal competidor, Gian Lorenzo Bernini. Con él peleó por los más insignes encargos de los papas, quienes (excepto Inocencio X) parecían acabar prefiriendo a su rival.
A diferencia de Bernini, Borromini no fue hijo de un escultor bien relacionado, sino de un humilde cantero. En sus primeros años se dedicó a la profesión de su progenitor, pero un familiar lejano no tardaría en darle la oportunidad de colaborar en las obras de la Basílica de San Pedro.
A partir de esa experiencia, Borromini siguió perfeccionando su técnica hasta convertirse en un virtuoso del manejo del cálculo arquitectónico, del dinamismo y el movimiento del nuevo estilo barroco.
Sin embargo, su carácter huraño, austero y devoto lo alejaba del gran teatro de vanidades en el que Bernini se movía como pez en el agua. Este último, además, era un gran escultor, lo que suponía un añadido demasiado jugoso.
Esta situación no hizo más que empeorar con el tiempo, lo que finalmente desembocaría en la muerte de nuestro protagonista.
Todo comenzó cuando, el 1 de julio de 1667, Borromini se entera de que la tumba del recién fallecido Papa Alejandro VII ha sido encargada a Bernini. En ese momento comienza a desarrollar una depresión que lo mantiene en la cama, de la que solo sale para ver la coronación del nuevo Papa.
Una semana después, su criado lo ve leyendo con la luz encendida a altas horas de la noche. Le llama la atención por contravenir el consejo de los médicos, pero Borromini le dice que tan sólo mantiene la luz encendida para no tener que encenderla de nuevo al despertarse. El criado le dice que ya se la enciende él.
Al día siguiente, Francesco Massari, que es como se llamaba su criado, se despierta con unos gritos y encuentra a su señor en el suelo, atravesado de lado a lado por una espada.
En su agonía, a Borromini le dio tiempo a escribir su versión de lo sucedido, desmintiendo el haberse quitado la vida a sí mismo. Según su testimonio, la espada cayó encima de él al tratar de encender a oscuras las velas que se encontraban junto a ella.