La vida del pintor Lucian Freud alberga bastantes curiosidades. Por ejemplo, que llegara a hacerle un tatuaje a Kate Moss, aparte de pintarla. Y, quizás también, que tuviera más de 14 hijos con diversas mujeres. Pero lo que nos ocupa es su relación con el blanco.
Sí, el color blanco. Específicamente, el color blanco hecho a partir de carbonato de plomo. También conocido en España como albáyade, fue el pigmento blanco predominante en la pintura hasta el descubrimiento del blanco de titanio a comienzos del siglo XX.
Usado por los antiguos egipcios, los griegos y los romanos, se utilizaba para hacer enlucidos y también para preparar aceites y cosméticos, pero siempre fue valorado por los pintores por sus extraordinarias propiedades.
Su consistencia, luminosidad, calidez y rápido secado, aparte de ser la única opción de blanco funcional que había en el mercado, hizo que fuera el pigmento preferido por todos los pintores.
Para fabricarlo se utilizaba un complejo proceso a partir de plomo y vinagre. En efecto, el metal se colocaba en vasijas de barro sobre vinagre, lo que causaba una especie de óxido aparente en el material. Ese óxido se raspaba y posteriormente se hervía, obteniendo cerusa, que así es como se llamaba al pigmento.
Pero había un problema. Y es que la toxicidad del plomo era conocida desde la Antigüedad. De hecho, el mismo Vitruvio advirtió contra ello:
“el agua resulta mucho más sana a través de tuberías cerámicas que de tuberías de plomo, ya que parece volverse perjudicial por el plomo...”.
Ciertamente, el plomo se acumula en el sistema nervioso central y altera el funcionamiento normal del calcio en el organismo, pudiendo causar toda clase de complicaciones de salud y problemas mentales.
De hecho, es bastante probable que pintores como Caravaggio, Goya o Van Gogh derivaran bastantes de sus problemas de salud de su amor por el tóxico pigmento. En el caso de Caravaggio, sus supuestos restos mortales encontrados en el 2010 contenían altísimos niveles de plomo.
Sin embargo, a comienzos del siglo XX el problema adquirió una dimensión mayor: la mayoría de las casas que se construían al calor del boom demográfico de la época se pintaban con blanco de plomo, causando estragos en la salud pública.
Ello provocó, junto con la aparición de una alternativa viable tras el descubrimiento del blanco de titanio, que cada vez más personas exigieran la prohibición y retirada del pigmento. Tras diversas iniciativas, el blanco de plomo fue prohibido y retirado del mercado.
Y aquí es donde aparece la curiosa anécdota de Lucian Freud. Freud siempre pintó con blanco de plomo convencional, llamado en inglés ‘flake white’. Pero, en los años 70, justo en la época en la que se estaba empezando a prohibir el pigmento, descubrió una variedad del mismo que le enamoraría.
El blanco de Cremnitz consiste en blanco de plomo desprovisto de óxido de zinc, lo que le confiere esa textura áspera tan característica de los últimos cuadros de Lucian Freud, además de un secado rápido.
El caso es que Freud estaba tan enamorado del pigmento que, ante los rumores sobre su prohibición, decidió comprar nada menos que cien tubos del color. Como eso debió parecerle poco para los años que le quedaban por delante, finalmente se hizo con todo el stock del color disponible en Inglaterra.
Resulta necesario afirmar que ello no le supuso ningún perjuicio de salud. Porque, si no se utiliza el pigmento en polvo y se compra la pintura ya molida, y además se guarda una buena higiene, el uso del blanco de plomo es perfectamente seguro en el arte.
Desgraciadamente, debido a la legislación actual me es imposible utilizar blanco de plomo en mis retratos. Así que, para quedar mejor, diré que son perfectamente saludables. Puedes encargar uno aquí.